Desde la antigüedad, el ser humano se aventuró a navegar por ríos, mares y océanos. A partir de ese momento, ha sentido una gran fascinación por los cetáceos (ballenas y delfines), y la manera cómo se han adaptado a desarrollar todo su ciclo de vida en el agua, convirtiéndose así en animales carismáticos para niños, jóvenes y adultos.
A partir de los años setenta, se comenzó a impulsar un turismo diferente al tradicional, los turistas comenzaron a visitar regiones exóticas y con naturaleza. Al principio, el destino eran países africanos y asiáticos, pero con el paso del tiempo se incluyó Latinoamérica. Se estima que cada año viajan cerca de mil millones de turistas por el planeta, y entre el 20 y 40% de ellos buscan turismo de naturaleza que incluyan el avistamiento de especies carismáticas, como las aves, ballenas y delfines.
 
El avistamiento u observación responsable de ballenas y delfines comprende los recorridos o excursiones de carácter comercial-turístico, educativo o investigativo que ofrecen la posibilidad de ver a estos mamíferos en su hábitat natural. Esta actividad debe tener una serie de reglas claras con el fin de no perturbar a los animales, generar el menor impacto posible en la naturaleza y garantizar la seguridad de las personas que la disfrutan. De lo contrario, las consecuencias serán negativas: los animales se alejarán de las zonas de turismo y se modificará su comportamiento, además se generarán pérdidas económicas en el sector ecoturístico.
Actualmente, se calcula que existen más de 100 destinos donde las personas pueden observar los comportamientos de grandes ballenas asociados a la migración, o estar en sus áreas de reproducción y alimentación. Por otro lado, se ha registrado poblaciones costeras de delfines que pueden ser observados frecuentemente, sin alejarse mucho de la costa, o grupos de delfines de río, en la Amazonia y Orinoquia suramericanas.
 
De esta forma, se ha consolidado una industria millonaria que moviliza miles de turistas anualmente. En América Latina, por ejemplo, esta actividad aumenta a una tasa promedio anual del 11,3% generando así una alternativa económica para regiones costeras y fluviales que, desarrollada de manera responsable, se convierte en una estrategia para la conservación de estas especies. La observación de delfines de río comenzó de manera comercial en Colombia y, posteriormente, se extendió a otros países de la cuenca del río Amazonas como Brasil, Perú, Ecuador y Bolivia, donde actualmente se ofrecen paquetes turísticos enfocados al avistamiento de los emblemáticos delfines rosados y los tucuxies.
 
Esta actividad es en parte positiva por los beneficios económicos resultantes, pero tiene el riesgo de convertirse en una amenaza para estos mamíferos sino se desarrolla de manera organizada, segura para las personas, respetuosa con los animales y sus hábitats, y siguiendo reglas estrictas. En diversas partes del mundo, los operadores turísticos vinculados a esta industria entienden que del bienestar de los animales depende que su actividad económica sea sostenible a largo plazo. Una operación desorganizada e irresponsable puede resultar que las ballenas y delfines abandonen las áreas e, incluso, que desaparezcan sus poblaciones con secuelas importantes de conservación, junto al impacto negativo en la economía de muchas personas. De esta actividad se benefician aerolíneas, hoteles y sitios de hospedaje, operadores de turismo, transportadores, restaurantes, artesanos y muchos más.
 
El avistamiento responsable en Colombia
Entendiendo este contexto, la Fundación Omacha trabaja junto con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, las autoridades ambientales regionales como Cormacarena, Corporinoquia y Corpoamazonia además de autoridades municipales, operadores turísticos, empresas privadas, como  Projects Design and Development S.A.S., y pescadores locales para implementar reglas en la observación responsable de delfines de río, en la Amazonia y Orinoquia colombiana y, en general, de los mamíferos acuáticos que pertenecen a la inmensa riqueza natural del país.
En el Amazonas colombiano, se trabaja en Leticia, capital del Amazonas, y en el municipio de Puerto Nariño (Primer municipio certificado con sello de calidad turística sostenible – Ministerio de Comercio, Industria y Turismo). En este proceso han participado la Gobernación del Amazonas, Secretaria de Turismo del Amazonas, Cámara de Comercio del Amazonas, alcaldía de Puerto Nariño, el Resguardo Ticoya, la Universidad Externado de Colombia, el Instituto Alexander von Humboldt, Natutama, Whitley Fund for Nature, Fondation Segré, WWF, el SENA y operados turísticos locales.
De igual forma, en los Llanos Orientales se trabaja en la observación responsable de toninas, en Puerto Carreño (Vichada), donde confluyen los ríos Meta, Bita y Orinoco. Más al interior, en el departamento de Casanare municipio de Orocué, se han realizado talleres con pescadores y guías turísticos junto con la Corporación Autónoma Regional de la Orinoquia – Corporinoquia. Finalmente, en el departamento del Meta esta actividad ha sido liderada por la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Área de Manejo Especial La Macarena – Cormacarena trabajando en zonas de postconflicto como las poblaciones de Puerto Gaitán, en la desembocadura del Manacacías y el Meta, La Macarena, Puerto López y Cabuyaro.
A nivel nacional, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia y la Fundación Omacha publicaron, en el año 2017, la Guía de avistamiento responsable de mamíferos acuáticos en Colombia cuyo objetivo es proporcionar una orientación sobre el avistamiento responsable en el uso turístico de los mamíferos acuáticos a nivel nacional para contribuir a su conservación, la de los ecosistemas donde habitan, la seguridad de los operadores y turistas y, por último, favorecer la participación activa de las comunidades locales.
 
Finalmente, a nivel regional, la Fundación Omacha trabaja con la ONG peruana Solinia para que en el Amazonas peruano también se desarrolle esta actividad de forma responsable, en la zona de Iquitos y sus alrededores.